Fuente: revista www.semana.com
Autor: Pedro Pablo Peñaloza, periodista venezolano
Luego de confesar que en sus años mozos sacudía las caderas al ritmo de la lambada y de elogiar las dotes histriónicas de John Travolta, soltó la bomba. En cadena de radio y televisión, pasadas las 9 de la noche del pasado 8 de diciembre, el entonces presidente Hugo Chávez Frías informó al país que tendría que someterse a una nueva intervención quirúrgica en La Habana, por culpa del cáncer que padecía desde 2011.
La imagen le dio la vuelta al mundo. En el centro Chávez, muy afectado, sosteniendo con ambas manos un pequeño ejemplar de la Constitución. A su diestra, Diosdado Cabello, jefe de la Asamblea Nacional (AN) y primer vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), por quien muchos apostaban que sería el elegido. Pero el líder ungió al civil de su izquierda, un hombre corpulento de aspecto juvenil, Nicolás Maduro.
Fue toda una sorpresa, porque cuando designó a Maduro ministro de Relaciones Exteriores, hace seis años, diversos opinadores advirtieron que con esa decisión el presidente buscaba cortarle las alas a quien ya despuntaba como un dirigente de peso dentro del chavismo.
El razonamiento, celebrado por los amantes de las intrigas palaciegas, apuntaba en este sentido: Maduro venía ejerciendo la presidencia del Poder Legislativo desde 2005 y había sido reelegido por cinco años más como diputado. Entonces –elucubraban los expertos- Chávez resolvía sembrarlo en un cargo donde previsiblemente fracasaría por su escasa formación académica y su nulo conocimiento de la diplomacia. Pero hoy Maduro es quien más tiempo ha estado al frente de la Cancillería durante los 14 años del proceso bolivariano, por encima de figuras como Ali Rodríguez Araque, Roy Chaderton Matos y José Vicente Rangel, con quien siempre ha sido vinculado.
Ingresó al minúsculo partido Liga Socialista para continuar su carrera revolucionaria. Para ese entonces, ya estaba acostumbrado a vivir con la Disip (antigua policía política) a sus espaldas. Un diputado del extinto Congreso de la República cuenta que en una oportunidad se acercó a los calabozos del organismo para visitar a un grupo de presos y se encontró a Maduro. “Lo tenían incomunicado, metido en el ‘tigrito’ (celda de castigo)”, relata.
La persecución arreció en el segundo gobierno de Rafael Caldera. Había motivos. Tras los golpes de Estado de 1992, su pareja, Cilia Flores, abogada defensora de los militares sublevados, le puso en contacto con el comandante Chávez. “La relación con Chávez se fortaleció durante la prisión del presidente. Nicolás se incorporó al Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR 200) y después cumplió un papel activo en la fundación del Movimiento Quinta República (MVR)”, dijo una fuente partidista consultada. Ambas organizaciones precedieron al Psuv.
El ascenso de Chávez a Miraflores en 1998 marcó su camino a la cúspide. Jefe de la fracción del MVR en el antiguo Congreso, miembro de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que redactó la Carta Magna de 1999, presidente de la AN, integrante de la dirección nacional del Psuv, canciller, vicepresidente, a Maduro solo le faltaba ser, nada más y nada menos, el sucesor.
El 10 de octubre, a 72 horas de haber conquistado la reelección para un tercer periodo de seis años, Chávez convirtió a Maduro en el segundo a bordo. “Mira dónde va Nicolás, el autobusero”, dijo. “Nicolás era chofer de autobús en el metro y cómo se han burlado de él, la burguesía se burla”.
A eso se dedicaba el hombre que a partir de este viernes 8 de marzo conducirá los destinos de la República Bolivariana. Se incorporó a la nómina del Metro de Caracas en 1988, donde fundó el sindicato Sitrameca. Un operador de trenes que compartió con Maduro aquellos tiempos revueltos dice que “por su constante enfrentamiento con la directiva de la empresa, solicitaba reposos médicos de forma casi permanente y, como represalia, le suspendían el salario. A veces no tenía ni para el almuerzo”.
En su hoja de vida resalta la coordinación nacional de la Fuerza Bolivariana de Trabajadores (FBT). “Estudió un par de años en la escuela de Administración de la Universidad Central de Venezuela (UCV), pero lo suyo era la política”, afirma un viejo camarada. En la UCV compartió luchas con Elías Jaua, quien le antecedió en la Vicepresidencia.
Sobre sus hombros han recaído las tareas más variopintas: desde encabezar la comisión presidencial que elaboró la polémica Ley Orgánica del Trabajo, objetada por los empresarios, hasta acompañar al depuesto presidente de Honduras, Manuel Zelaya, en su intento fallido de regresar por tierra a Tegucigalpa.
Tirios y troyanos le reconocen como un “mediador nato”, gran conversador y con un muy buen humor. Es un apasionado del béisbol. Hay opiniones encontradas sobre su destreza al bailar salsa. Toca la guitarra, sabe disfrutar de un buen habano y prefiere el vino. En diversas ocasiones el presidente Chávez lo dejó en evidencia, revelando que su gusto por los sánduches “submarinos” es el culpable de su sobrepeso. Su devoción por Sai Baba lo llevó a la India a reunirse en privado con el swami, guía del hinduismo.
“Es un lector voraz, estudia los temas al detalle, es un hombre de principios que trabaja con mucha dedicación”, dice un aliado. Mientras, un adversario que trató con Maduro en la AN lo describe así: “Por su naturaleza de sindicalista, es conciliador por convicción, presto al diálogo. Es inteligente y tiene buena intuición”.
A diferencia de su jefe, evita los micrófonos y las declaraciones estridentes. No obstante, toda regla tiene su excepción. En abril pasado, en el marco de la conmemoración del décimo aniversario del golpe de Estado contra Chávez, se refirió al candidato de la oposición, Henrique Capriles Radonski, y su equipo como “sifrinitos, mariconsones y fascistas”.
Un funcionario de la Cancillería expresa que Maduro tiene un carácter fuerte. “Concede pocas audiencias a sus subalternos y cuando está ocupado ni sus más cercanos hacen bromas”, ilustra. Es pragmático. En las disputas internacionales, donde la victoria se mide en votos, no le gusta el triunfalismo. Siempre tiene una respuesta preparada. “Para cada viaje al exterior le aprueban una ‘bolsa de gastos’. Al regresar a Caracas, es el primero en rendir cuentas y reintegrar lo que haya sobrado. No hace turismo”, enfatiza la fuente.
Quienes conocen a Maduro señalan que dentro de un régimen personalista como el de Chávez su principal virtud ha sido “la entrega y lealtad al líder”. De hecho, todos recuerdan cuando prometió a su jefe serle leal “más allá de la vida”. Esperando que cumpla la palabra empeñada, el comandante muerto le legó en vida su bien más preciado: el poder.