Cuando salí del colegio me tomé lo que dicen “un año sabático”, que es una forma más elegante de decir “un año de me-fue-como-la-chucha-en-la-prueba-así-que-a-prepararla-de-nuevo”. Creo que debe haber sido traumático para mis papis, que se pasaron todo mi cuarto medio respondiéndole a la gente que yo no tenía muy claro dónde quería estudiar, pero que quería algo como ingeniería comercial. “¿Cuándo chucha dije eso?”, pensaba yo. Claro, una vez alguien dijo que esa súperentretenida y excitante carrera era más bien humanista y yo dije algo como: “ah. Buena”, y mis papis se agarraron de eso para explicar que yo no era una flojademierda, sino que “estaba confundida”, como más adelante justificaban que yo no era de izquierdalais, sino que era “shenshible”.
Les decían a sus amigos que estaba en un preuniversitario, pero con cúea tenía unos facsímiles para repasar de vez en cuando. Y creo que la única razón por la que no me echaban a patás de la casa, aparte de que en el barrio alto la gente no tiene problemas, es porque por ese entonces yo pololeaba con Bernardo.
Bernardo era hijo de un milico amigo-compañero de trabajo de mi papi. Nos conocíamos de chicos pero nunca nos pescamos mucho hasta un verano que pasaron nuestras familias juntas en la playa. Bernardo se llamaba Bernardo porque todos los milicos le ponen a sus hijos nombres de otros milicos, como Arturo, José Miguel, Augusto, Diego o Candelaria (Como la mina que peleó súper patrióticamente en la Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana) (Holi). Nunca Manuel. Nunca Salvador. Y Bernardo es el milico máximo de los milicos. Y anda a decirle a un milico que O’Higgins mandó a matar a los Carrera o a Rodríguez. O que Carrera no estaba ni ahí con la patria y sólo quería rutas de comercio libres de impuesto. Patá en la raja. Una vez dije eso y mi papá me dijo: “con razón te fue como el pico en la prueba”. No dijo como el pico en realidad (“Con razón te fue como te fue”). Y fue triste porque había sido mi mejor puntaje.
Pero todo eso daba lo mismo porque yo pololeaba con Bernardo. Llevábamos como 8 meses cuando Bernardo -OH, SORPRESA- decide entrar a la Escuela Militar. Y Bernardo le llevaba flores a mi mamá cuando iba a almorzar, y era formal y cortés y se cortaba el pelo una vez al mes (me carga cuando la gente se cree cool por hacer referencias musicales de Charly García).
Por ese tiempo, yo todavía no tenía mi despertar de rebeldía al peo y abajismo, así que me encantaba que Bernardo se llevara bien con todos, y se tomara una cerveza –perro- con mi papá mientras lo ayudaba a hacer el asado. Y me encantaba que su familia y mi familia eran de lo más amiguis. Y yo a mis amigas les decía cosas como “no, si mi suegra me ama”.
Entonces con Bernardo hacíamos el amors con música romántica. Todo, por supuesto, después de un considerable período de espera para saber si “era la persona correcta”, tal como dicta el manual de abeceunismo que igual nadie sigue porque puta que eran buenas para chupar pico (pero no romper himen) mis compañeras de colegio abeceuno.
Así que cuando Bernardo entró a los milicos, fue súper romántico-amor-imposible-me-paseo-a-shakespeare, porque con cúea lo podía ver los fines de semanas. Pero igual sus papis me invitaban a almorzar, aunque él no estuviera. Y en ese momento no me parecía tan raro. Y con mis suegris conversábamos de lo buen cabro que era Bernardo. Y de lo lindiwis que serían nuestros hijos. Y de todos los lugares que iba a conocer cuando lo acompañara a sus destinaciones cuando nos casáramos.
Y cuando llevábamos como un año y medio (o sea, como 160 años en edad pololeo-juvenil-adolescente), y yo me cagaba de susto preparaba para dar la prueba de nuevo, Bernardo, en su infinita honestidad me cuenta que me cagó. Pero hace tiempo así que filo. Fue un hueveo así que filo. Unos culeones locos, así que filo.
Resulta que a los milicos les gusta tomar. Y les gusta creerse bacán porque chupan como locos. Pero no son borrachos ni alcohólicos, no po, esos son problemas de la clase trabajadora, de los suboficiales (“el personal”, le dicen). Y les gusta estar siempre comprobando su hombría. O sea, a más alcohol, más macho. A más culeones, más macho. No lo he podido comprobar, pero estoy segura de que se miden el pico y comparan.
Entonces, mandé a la chucha a Bernardo. Porque mi mami, dentro de toda su rareza maternal, siempre me dijo que no tenía que aguantarle ni una hueá a ni un conchadesumadre (sí, mi mami a veces dice garabatos). Y que, de hecho, por eso tenía que estudiar. En cambio, a mi papi le encantaba que estuviera con Bernardo, porque él quería que ojalá me casara con alguien que me pudiera mantener.
Lo raro fue que Bernardo, en su nueva cabeza de macho alfa, en algún momento realmente tuvo la esperanza de que yo, después del llanto, me iba a dar cuenta de que daba lo mismo, porque él era el hombre para mí. Y cuando yo no me arrastré de vuelta a sus lustradas botas, quedó la cagá.
Llamadas incesantes. Mi papá, que no sabía por qué habíamos terminado, dándoselas de maestro Yoda y convenciéndome de que nada podía ser tan, taaan, terrible. Mi mamá, que lo intuía, no diciendo nada. Mi hermana, que lo sabía, consolándome.
Pero lejos lo más insoportable fue la inesperada llamada de mi suegra. Cuando contesté, pensé que me diría algo como “pucha qué pena, qué tonto fue este cabro”, pero no. Me llamaba para decirme “oye, Cande, si tú sabes cómo son estas cosas. Son cabros jóvenes, es normal que hagan estas tonteras”. Lo primero que pensé fue que “la tía” no sabía toda la verdad. Entonces, cansada de escucharla y en un ataque de ira y pendejedad máxima le dije: “¿tú sabes que él se acostó con 6 otras minas?”, esperando dejarla perpleja. Pero no. No funcionó porque la vieja de mierda ya sabía y me dijo: “así es la vida militar, hay cosas que una tiene que aguantar a veces, qué tanto”.
Vieja culiá.